Para comenzar, el ritmo exótico es un estilo de baile originario de Quibdó, en Chocó, que combina la música tradicional del Pacífico colombiano con influencias modernas. En los últimos años, ha ganado relevancia en Bogotá como una herramienta de resistencia cultural y de reafirmación identitaria. Según Rodríguez (2022), este movimiento, impulsado por plataformas digitales, no solo genera oportunidades económicas para los jóvenes afrocolombianos, sino que también presenta alternativas frente a la criminalidad, al visibilizar las realidades sociales y promover narrativas positivas de la región. La llegada del ritmo exótico a Bogotá se remonta a 2018, cuando instructores afrocolombianos de ascendencia chocoana comenzaron a introducir esta expresión en academias y colectivos de danza.
Para estos bailarines, la enseñanza del ritmo exótico va más allá de simplemente aprender pasos y coreografías; se trata de una práctica educativa que incorpora un fuerte componente social y político. A través de la danza, desafían las estructuras de discriminación y violencia sistémica que han marginado históricamente a sus comunidades, desde reafirmar al mismo tiempo su identidad y disputarlos espacios de representación en una sociedad en donde aún se reproducen lógicas de exclusión racial. De este modo, el ritmo exótico se establece como una estrategia de resistencia cotidiana que, más allá del espectáculo, reivindica las experiencias afrocolombianas y transforma las percepciones sobre sus cuerpos en el espacio público.
En este sentido, en el ritmo exótico, a través del movimiento los cuerpos narran historias de resistencia y desplazan los estereotipos que han encasillado a la cultura afrocolombiana en lo folclórico, lo sensual o lo exótico. En este sentido, la danza se convierte en un acto de reivindicación que desafía las barreras estructurales impuestas por el racismo estructural el cual según Kimberlé Crenshaw (1988) es aquel que no se limita a cuestiones individuales, sino que se encuentra enraizado en las instituciones y las relaciones sociales. Pues a pesar de los avances en el reconocimiento de la diversidad cultural en Colombia, la discriminación hacia las comunidades afrodescendientes sigue siendo un problema latente y Bogotá al ser el principal centro urbano del país reproduce estas dinámicas de exclusión en diversos ámbitos, incluida la escena de la danza profesional.
Con esto se puede argumentar que, la afrocolombianidad no debe concebirse como una identidad fija o esencialista, sino como una categoría que se construye socialmente y se encuentra en constante negociación con las estructuras de poder. Tal como señala Mara Viveros (2007), esta categoría se forma a partir de una tensión constante entre lo visible y lo invisible. Las expresiones culturales afrocolombianas, aunque a menudo son reconocidas de manera superficial, siguen dejando a las comunidades en condiciones materiales de vida marginadas. Esta paradoja se manifiesta en el ritmo exótico, que, a pesar de ganar presencia en las academias de Bogotá y en las plataformas digitales, continúa enfrentándose tanto a la exotización como a la falta de reconocimiento como una práctica legítima de resistencia política y cultural.
En este sentido, las expresiones artísticas afrocolombianas generalmente son valoradas como meros actos de entretenimiento, sin el reconocimiento de su profundidad histórica y política. Frente a esto, los instructores de ritmo exótico han desarrollado estrategias para legitimar su práctica dentro del gremio, de este modo, se enfrentan a las estructuras de poder que tradicionalmente han marginado sus narrativas. En este proceso, la profesionalización del ritmo exótico por parte de los instructores ha sido clave para su expresión, mediante la adaptación de su enseñanza para hacerla más accesible a diferentes públicos sin perder el legado del ritmo.
Cabe resaltar que este fenómeno no debe entenderse como un proceso de aculturación o dilución de la identidad, sino como una recontextualización estratégica que permite que la práctica artística mantenga su valor de resistencia y reafirmación en un nuevo entorno. Pues, según Patricia Hill Collins, los grupos marginados poseen conocimientos y prácticas propias que se mantienen resilientes a pesar de su interacción con contextos dominantes. Ella plantea que, al trasladar sus prácticas culturales a un nuevo espacio social, las comunidades pueden reinterpretarlas para desafiar la hegemonía cultural predominante, sin perder su identidad ni los significados originales (cfr. Collins 1990, citada por Ripio, 2019). Además, la creciente popularidad del ritmo exótico en redes sociales como TikTok ha contribuido a su popularización más allá de Bogotá, lo que conecta a los bailarines afrocolombianos con comunidades de la diáspora y amplia las fronteras de su visibilidad.
Asi las cosas, la invisibilización de las experiencias y los conocimientos afrodescendientes no es un fenómeno aislado, sino una manifestación de violencia e injusticia epistémica que opera de manera sistemática en las sociedades actuales. Este tipo de exclusión, como señala Miranda Fricker (2007), se manifiesta a través de dos dimensiones: la injusticia testimonial, que ocurre cuando las voces de las personas afrocolombianas son desestimadas o ignoradas debido a prejuicios raciales, y la injusticia hermenéutica, que se presenta cuando se carece de los recursos conceptuales para interpretar y dar sentido a sus experiencias. Este silenciamiento no solo deslegitima el conocimiento generado por las comunidades afro, sino que, además, perpetúa un régimen de conocimiento en el que las perspectivas dominantes, comúnmente blancomestizas, son consideradas las únicas fuentes válidas de verdad.
Por su parte, Gayatri Spivak (1988) profundiza en esta idea al abordar el concepto de violencia epistémica, un proceso mediante el cual las narrativas coloniales no solo excluyen las voces subalternas, sino que las representan de manera distorsionada, al eliminar su capacidad de agencia y autodefinición. Esta violencia no es simplemente un acto de omisión; se configura como un mecanismo activo que refuerza las jerarquías de poder al determinar quién tiene la autoridad para hablar y ser escuchado. En este contexto, la cultura afrocolombiana —al incluir expresiones como el ritmo exótico— ha sido históricamente reducida a lo folclórico o lo extravagante, negándole su valor como práctica de resistencia y producción de conocimiento. Esta visión distorsionada profundiza las desigualdades y limita el acceso de estas comunidades a espacios legítimos de representación y reconocimiento.
Ahora bien, es clave mencionar que el impacto del ritmo exótico no se limita a su dimensión estética, sino que también tiene un efecto transformador en la vida de quienes lo practican. En este sentido, para muchos jóvenes afrocolombianos el ejercicio de la danza representa una vía para reafirmar su identidad y resistir ante las lógicas de exclusión que enfrentan en la ciudad. Al moverse al ritmo de la música, estos bailarines no ejecutan únicamente pasos, también inscriben en sus cuerpos una historia de lucha y pertenencia. En ese orden de ideas, el ritmo exótico se convierte para los jóvenes afrocolombianos en una herramienta de emancipación que les permite reclamar su lugar en la sociedad, al redefinir las narrativas sobre su cultura y su papel en el espacio público. Esto se puede argumentar desde las afirmaciones de Simón Susen quién indica que la emancipación – en su sentido más profundo – implica un proceso multifacético que va más allá de la simple liberación de un estado de opresión. Más bien, se trata de una enorme transformación tanto para quienes buscan la libertad como para las estructuras que intentan superar. (cfr. Susen, 2015, p.1024).
Sin embargo, la enseñanza del ritmo exótico en Bogotá no está libre de tensiones y contradicciones. Algunos instructores expresan su preocupación por la forma en que la popularidad del ritmo podría dar lugar a dinámicas de apropiación cultural concepto que según Félix Cristiá Batista se configura como un proceso complejo en el que individuos o grupos externos en la mayoría de los casos pertenecientes a la cultura hegemónica, adoptan, reinterpretan o incorporan elementos de una cultura particular, obtienen un conocimiento completo o habilidad (cfr. Cristiá, 2022). Por otro lado, la popularización masiva del ritmo exótico en plataformas digitales, aunque facilita su reconocimiento, también genera el riesgo de que su trasfondo sociocultural sea tergiversado o mercantilizado sin dar el crédito a sus creadores. Ahora bien, si se tiene en cuenta que la historia de la cultura afrocolombiana se encuentra marcada por episodios de apropiación y exotización, se entiende que la expansión del ritmo exótico en Bogotá y a nivel global debe ir acompañada de un proceso de concienciación sobre su importancia cultural y política.
En este sentido, otro aspecto relevante en este debate es el papel de la institucionalidad en la consolidación del ritmo exótico como una expresión artística legitima. Pues las academias de baile de Bogotá se han visto principalmente influenciadas por disciplinas como la danza contemporánea y los ritmos urbanos globales. Así las cosas, la incorporación del ritmo exótico en estos espacios ha requerido un esfuerzo sostenido por parte de los instructores que lo enseñan, quienes han tenido que demostrar constantemente la validez de su arte en un entorno que, muchas veces, ha mostrado resistencia a aceptar expresiones que desafían la normatividad estética predominante.
En este contexto, el acto de bailar se convierte en un ejercicio de subjetivación un concepto central en la teoría de Michel Foucault (citado por Translaviña y Macías, 2021), que se refiere a la construcción de la identidad y la percepción individual, moldeada por experiencias, emociones y el contexto social en el que cada persona vive.Además, también es una forma de redistribuir lo sensible, pues segúnJacques Rancière (2014), el reparto de lo sensible,hace referencia a la forma en que la sociedad distribuye lo visible, lo decible y lo pensable, al determinar qué sujeto, actividades y voces tienen lugar dentro del orden social.Ya que, mediante el ritmo exótico, los cuerpos no ejecutan únicamente movimientos, sino que construyen una identidad propia en respuesta a las estructuras de poder que históricamente han buscado definirlos y limitarlos. Este proceso implica que, al apropiarse del espacio mediante la danza, los bailarines transforman la manera en que son percibidos, al desafiar jerarquías que determinan quien tiene derecho a ser visible y audible en la esfera pública. Así, cada coreografía es un acto que rompe con las narrativas hegemónicas y resignifica los cuerpos afrocolombianos como portadores de memoria, agencia y dignidad.
Bajo este enfoque, el cuerpo, en su papel de espacio de resistencia, y la danza, en su papel de práctica subversiva, se fusionan en un territorio de emancipación colectiva donde las corporalidades marginadas pueden cuestionar las estructuras que las someten. Según Laura Quintana (2020), el cuerpo está inmerso en mecanismos de poder que determinan las maneras de sentir, moverse y percibir, la danza, tal como propone Dana Mills (2017), surge como un lenguaje que reinterpreta estas vivencias y crea nuevas oportunidades de existencia. Cuando los cuerpos se mueven conjuntamente en acciones coreográficas, no solo se sincronizan físicamente, sino que generan una narrativa compartida que desafía las categorizaciones establecidas de raza, género y clase. Este movimiento grupal no se restringe a manifestar una insatisfacción personal, sino que convierte el espacio público en un escenario político donde las identidades subalternas adquieren visibilidad y agencia. Así, la danza se convierte en un acto de reescritura simbólica que cuestiona las jerarquías sociales y permite que nuevas subjetividades se articulen en el espacio compartido, lo que amplia los límites de lo políticamente posible.
Desde esta perspectiva, el ritmo exótico puede entenderse también como una forma de resistencia culrural, desde la concepción de James Scott (1985), quien define la resistencia como como “[c]ualquier acto por parte de miembros de la clase que están destinados a mitigar o negar las reclamaciones, por ejemplo, renta, impuestos o diferencias aplicadas sobre esa clase por parte de clases superiores” (Scott, 1985, p. 36). Para Scott, la resistencia no se limita a actos de protesta abierta o violenta, sino que también se manifiesta en prácticas sutiles como el sabotaje, la desobediencia o la preservación cultural. En este sentido, la difusión del ritmo exótico en Bogotá es una estrategia mediante la cual los instructores afrocolombianos desafían, de manera simbólica y cotidiana, las estructuras raciales que históricamente los han marginado, al reafirmar su identidad y generar espacios de autonomía cultural.
Además, el ritmo exótico ha servido como un punto de encuentro entre generaciones, algunos de los instructores enfatizan que enseñar este estilo de danza en el contexto bogotano es una forma de honrar la herencia cultural de sus antepasados, al tiempo que brindan a las nuevas generaciones una herramienta para conectar con sus raíces. En un contexto en el que la migración interna y la urbanización han provocado la fragmentación de varias comunidades afrocolombianas, el ritmo exótico se presenta como un puente que permite reconstruir la memoria colectiva y fortalecer el sentido de comunidad en un entorno que, en ocasiones, puede resultar hostil.
Así, se entiende que le futuro del ritmo exótico en Bogotá dependerá de múltiples factores, principalmente la capacidad de sus practicantes para continuar posicionándolo como una expresión artística legitima y relevante dentro del panorama cultural de la ciudad. Adicionalmente, será crucial el papel de las instituciones y del público en general, quienes deben reconocer que esta danza no es únicamente un espectáculo, sino una manifestación de resistencia que merece ser valorada en toda su complejidad. Finalmente, queda claro que el ritmo exótico en Bogotá representa más que una tendencia o un fenómeno pasajero. Es una expresión de identidad, una herramienta de lucha y un espacio de transformación social.
En conclusión, el ritmo exótico en Bogotá no solo muestra la habilidad de las comunidades para resistir y resignificar sus tradiciones en un ambiente caracterizado por la exclusión, sino que también demuestra cómo las manifestaciones artísticas y/o culturales funcionan como contranarrativas que perturban las formas dominantes de comprender la identidad y la pertenencia. Este fenómeno muestra que la cultura no es estética ni confinada a sus sitios de origen, sino que, en cambio, se modifica, se ajusta y crea nuevos significados al desplazarse a otros contextos, al cuestionar límites físicos y simbólicos que intentan establecer quién tiene derecho a la visibilidad y quién no.
Simultáneamente, la expansión del ritmo exótico pone en manifiesto una paradoja contemporánea: por un lado, las plataformas digitales brindan la oportunidad de amplificar las voces de aquellos que históricamente han sido marginados; por otro, existe el riesgo de que estas mismas voces se queden atrapadas en dinámicas de apropiación y aculturación. Este fenómeno puede ser comprendido a través del concepto de imperialismo cultural, como lo propone Iris Marion Young (2000), quien lo define como una de las cinco caras de la opresión. Desde esta perspectiva, el control ejercido por los grandes emporios económicos transnacionales a través de las redes sociales no solo tiende a homogeneizar las expresiones culturales, sino que también reinterpreta y mercantiliza las prácticas de grupos que han sido históricamente excluidos, al despojarlas de su carga política y de su capacidad de resistencia. No obstante, este análisis no debe limitarse a una visión unidireccional de dominación, ya que las plataformas digitales también ofrecen a las comunidades afrocolombianas la oportunidad de reapropiarse de sus narrativas y de proyectar nuevas formas de reconocimiento en el espacio público.
En este contexto, desde las reflexiones de Jesús Martín-Barbero (1991), es importante entender las redes sociales no solo como medios controlados por estructuras hegemónicas, sino como mediaciones que facilitan la articulación de significados, identidades y experiencias. Aunque su análisis se realizó en una época anterior al surgimiento de las plataformas digitales, sus conceptos son aplicables al siglo XXI, donde las dinámicas de comunicación siguen siendo un territorio de conflicto entre el control hegemónico y las prácticas de resistencia. A través de estas mediaciones, el ritmo exótico en Bogotá se manifiesta no solo como una respuesta a la exclusión, sino como una práctica discursiva que reivindica la autonomía cultural y genera espacios de reconocimiento mutuo. De esta forma, las comunidades afrocolombianas han encontrado en las plataformas digitales una vía para resignificar sus cuerpos y sus historias, desafiando las representaciones exotizadas impuestas desde el exterior. En este escenario, persiste una pregunta crucial: ¿cómo pueden las comunidades afrocolombianas seguir utilizando las plataformas digitales como herramientas de autoafirmación, sin que sus prácticas culturales sean absorbidas o despolitizadas por las lógicas del mercado global?
Bibliografía:
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Fricker, M (2017). Injusticia epistémica. El poder y la ética del conocimiento. Barcelona: Herder Editorial.
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Rodríguez, J. T. (2022, 30 abril). “Ritmo exótico”; la música que jóvenes del Chocó usan para evadir la violencia. El Espectador. Recuperado de: https://www.elespectador.com/colombia-20/paz-y-memoria/ritmo-exotico-la-musica-que-jovenes-del-choco-usan-para-evadir-la-violencia/
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Young, I. M. (2000). La justicia y las políticas de la diferencia. Valencia: Ediciones Cátedra.

Este artículo me parece muy interesante por la forma en que presenta el ritmo exótico, ya que tradicionalmente la sociedad lo ha reducido a un simple baile, sin reconocer su verdadero valor como una lucha histórica que ha contribuido a nuestra liberación y a la afirmación de nuestra identidad. En realidad, es mucho más que un baile.
Muy acertado el contenido del artículo, enhorabuena!
El artículo sobre Ritmo Exótico en Bogotá ofrece un análisis profundo sobre cómo este estilo de baile, originario del Chocó, trasciende lo artístico para convertirse en una herramienta de resistencia cultural y reafirmación identitaria. A través de un enfoque crítico, se demuestra cómo los instructores afrocolombianos han utilizado la danza como un medio para desafiar la exclusión racial y visibilizar narrativas alternativas sobre la comunidad afro en la capital. La combinación de referencias teóricas con testimonios y análisis del contexto social enriquece la argumentación, permitiendo entender el ritmo exótico no solo como una manifestación estética, sino como un espacio de lucha política. Sin embargo, podría explorarse aún más el impacto de estas dinámicas en el reconocimiento institucional y en la transformación de imaginarios raciales en el país.
el ritmo exótico en Bogotá refleja la ciudad como un crisol cultural, donde lo global se encuentra con lo local, creando una oferta musical diversa y dinámica.
Diego, tu artículo me resultó fascinante. No tenía idea de que el ritmo exótico tenía un significado tan profundo que va más allá de la danza. Me encantó la forma en que aclaras que no se trata solo de una moda, sino de una expresión de resistencia y orgullo para la comunidad afro. Me hiciste reflexionar sobre cómo la cultura puede convertirse en una herramienta de lucha.
Muy acertado tu artículo